TIEMPO PARA VIVIR

martes, 30 de agosto de 2016

MARÍA JOSÉ MEJÍAS.- LAURA (Algo sobre la rutina)

  
   Conocí a la rutina donde conocí a la hierba, en el camino, y como la hierba lucía el brillante color de la esperanza. Desapareció de mi vista y volví a encontrarla en el abismo del aburrimiento, del cansancio, de la desesperanza, y no supe exactamente de qué color vestía, porque hasta allí la luz casi no llega.

   La rutina me engañó y como una droga, sin darme cuenta, me sedujo. Yo iba deprisa, y las prisas son el agua de mayo para la rutina; sus tallos crecieron y sus hojas tristes y espesas se desarrollaron tanto que me taparon la inmensidad de la vida, ocultaron con sumo cuidado la puerta de la ilusión, me hicieron ciega para muchas cosas hermosas y lentamente empecé a morir.

   Se hacía de noche, todo fue opaco y monótono hasta que empecé a oír aquellos lejanos y pequeños golpes secos, y aunque al principio sólo me llamaron vagamente la atención, muy pronto empezaron a martillear de forma tierna mi mente.

  A medida que los golpes se sucedían, las tinieblas iban desvaneciéndose; así pasó mucho tiempo hasta que un día, el sol entró a raudales en mi vida y ante mí, en un camino libre vi a una niña, Laura, con carita risueña, en posición de triunfadora y con sus pequeñas manos alzaba la hoz del amor con la que había segado la maleza.